Él pensaba que con la rubia turgente de aquella tarde ya había cumplido por toda la semana. Aquella señora curvilínea le había dado un placer que muy pocas habían conseguido durante mucho tiempo y muchas catas. Su cuerpo era curvilíneo y grandioso, hasta tal punto que, por sí solo, ya justificaba la sesión. Su cara de ángel maduro y sus labios completaban un físico excepcional. Era mayor que él, de unos cuarenta años, pero estaba muy bien conservada. El gimnasio y los pechos artificiales la habían dejado en muy buen estado.
La había agarrado por los pechos y ella se había sentado encima suyo. Ella se había mantenido inmóvil hasta que él le había pedido que actuara. Cada vez que él se lo pedía, ella se le vantaba y se dejaba caer. Sus melones se quedaban botando. El catador no podía apartar la mirada de ellos, estaba anonadado con el espectáculo. Durante el resto del polvo no pudo quitarse esa imagen de la cabeza, lo cual supeditó su actuación y su nota final.
Se consideraba un experto, y así se lo hizo saber al acabar. Del bloc de notas sacó una especie de instancia, que rellenó con soltura, mientras ella se acababa de peinar y ésas cosas que hacemos las mujeres. Se la entregó y le hizo firmar una copia. Le había puesto un ocho. Pronto estaría su nota en su web, por si quería usarla como referencia. Con seriedad y ademanes de funcionario que acaba de fichar, se despidió y se marchó.
martes, 24 de noviembre de 2009
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jeje un 8
ResponderEliminarEl trabajo ideal.
ResponderEliminarUn gran saludo.
pufff que mala es la envidia....
ResponderEliminarja ja ja